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06-10-2024

Amor por la camiseta

Antonio “Perro” Di Buono es uno de los ex futbolistas más longevos del fútbol olavarriense y su memoria retiene con lujo de detalles los momentos más gloriosos de San Martín de Sierras Bayas.


San Martín de Sierras Bayas nació el 18 de agosto de 1921; Antonio Felipe Di Buono, (siempre conocido como el “Perro”) apenas 8 años más tarde, el 29 de noviembre de 1929. Desde entonces han transitado todo el siglo pasado juntos y lo que va de éste también.

El apellido Di Buono ha quedado impreso para siempre en las páginas más gloriosas del “León Serrano”. Con sus hermanos Oscar Santos -el “Corcho”- y Carlos José conformaban la mitad de la cancha del multicampeón e invencible equipo que ganó tantos campeonatos locales como no recuerda y se mantuvo 11 años y 4 meses (entre 1947 y 1958), sin conocer la derrota en el “Pozo Serrano”.



El número exacto de vueltas olímpicas que dio con el “León” es una de las pocas cosas que se escapan de la prodigiosa memoria de Antonio, o que el “Perro” quiere dejar escapar adrede para agigantar la leyenda, a sus 95 venerados años por todo el pueblo sierrabayense.

Al ingresar a Sierras Bayas las indicaciones son claras; muy pocos no saben dónde vive el “Perro” Di Buono: “Usted llega a la rotonda de la estación de servicio, dobla a la izquierda y hace cuatro cuadras. Cuando llegue a la esquina va a ver un kiosco, doble otra vez a la izquierda y a mitad de cuadra va a encontrar su casa”.

Y allí, esperando y apoyado en el tronco de ese árbol con un verde incipiente está Antonio… No da para llamarlo “Perro”, por lo menos en el saludo. A sus espaldas, en la puerta de lo que fue el almacén familiar, una galería de fotos que cuenta su gloria con San Martín.

El “Perro” saluda y conduce. Un pasillo separa lo que fue la casa de sus suegros y su casa; al atravesar la puerta de la cocina aparecen las paredes revestidas con la historia reciente del fútbol argentino: posters de Boca, de la selección argentina, una tapa del Olé con Messi la tarde que le hizo tres goles a Brasil y sobre la mesita del teléfono imágenes y referencias del León y de los tres hermanos Di Buono.

El “Perro” respira fútbol desde que nació, en aquella casa gringa familiar que recuerda de 18 habitaciones y compartida con los primos Scrimizzi, otro apellido ilustre en negro y amarillo.

“Estudié hasta sexto grado, porque antes más de sexto no había y empecé a jugar con continuidad en la primera de San Martín después del servicio militar, calculo que debe haber sido por el 50” aproximó.

Al igual que la mayoría de los hijos de obreros de aquellos años, su ingreso a la fábrica de cemento fue no mucho tiempo después de terminada la escuela primaria.



“Todos los jugadores trabajábamos en la fábrica. Cuando me invitaron a jugar les dije ‘bueno, pónganme en tercera, aunque sea para probar’ y terminamos siendo casi todos de la familia o gente conocida” mencionó.

Eran los tres Di Buono y dos Scrimizzi, el “Negro” y el “Trompa”, con su tío Santos Scrimizzi como entrenador. “Cuando estaban esos Regert, Minici, Lady Skrasek, Montero, Rampoldi, Torres, Messina ganábamos seguido los campeonatos” recordó.

“Se llenaba la cancha” destacó y apuntando a la foto en la que está con sus dos hermanos verificó que “allá donde había un monte lo tuvieron que sacar para los hinchas de los contrarios y de acá (por la calle que separa la cancha de la fábrica) entraban los nuestros”.

Rivales bravos salían de a uno, pero en Sierras Bayas no podían hacer nada. “Estudiantes una vez vino y le metimos 8 goles y a El Fortín le hicimos 25; ellos se sentaban en la cancha como protesta por un gol, movían, nosotros avanzábamos y hacíamos los goles” contó.

De la goleada con Estudiantes el “Perro” (perdón, don Antonio) recordó una de las anécdotas más graciosas, como para confirmar que el escolazo no sólo seduce en estos tiempos, teléfono celular de por medio: “Yo metí 4, el ‘Corcho’ 3 y Messina uno; el último. Casi lo cagamos a patadas (risas)… Con el ‘Corcho’ estábamos de acuerdo en no meter más goles, porque en la fábrica habíamos apostado que le metíamos 7”.

“A La Flor del Barrio una tarde le metimos 9 y el ‘Corcho’ agarró el pozo. Dentro de la cancha siempre se jugó limpio. Nosotros les metíamos goles a ellos y no decían nada y si ellos nos ganaban, nosotros tampoco” sumó. No tuvo dudas en describir la forma de jugar del equipo, ni de los tres hermanos.

En su vocabulario la palabra “intensidad” no existe, “pase y control” tampoco, “juego colectivo” menos. Como para verificar que en el fútbol lo moderno está inventado desde hace rato, con otras denominaciones.

“Le metíamos pata para adelante. Eso sí, si había un compañero mejor colocado se le pasaba la pelota y tirábamos todo para el cuadro, no para que se luciera uno. Buscábamos todos de ser el uno para el otro” recalcó.

“Carlos era como yo; corríamos todo el mundo y en el medio nunca lo dejaba solo. El ‘Corcho’ era el más habilidoso del equipo. Le pegaban mucho, pero los defensores rivales sabían que cuando metían la pierna nosotros enseguida estábamos ahí para defenderlo” rescató de su archivo no escrito.

“Messina era medio troncón, pero peligroso porque era un wing muy ligero, entonces con el Corcho y Carlitos se la tirábamos larga. Sabíamos que el tipo salía a las carreras, no lo agarraba nadie y hacía el centro” acotó Antonio, siempre tan claro, sin la menor duda en lo que le dicta su memoria.

Victorias sobraban, goleadas también, los campeonatos abundaban, pero plata no había para nadie. Aunque como el club estaba en la órbita de la fábrica los futbolistas tenían más licencias que el resto de los obreros.

“Esa tarde que le metimos 8, Estudiantes llegó con tres o cuatro jugadores de Buenos Aires, que cobraban todos y en un entrevero vinieron a decirnos ‘para que nos trajeron de afuera con los jugadores que hay acá; si a ustedes no les ganan ni un cuadro Buenos Aires’. Nosotros cobrábamos el sueldo de la fábrica a fin de mes. Por del fútbol nada; a lo sumo una entrada gratis al cine del club, donde ahora vuelta a vuelta hay bailes” narró.

Unió su vida con María Rabbone, quien le dio dos hijas (Rosa Mabel y Dora Mirta) y a medida que fueron transcurriendo los años se le hizo cada vez más pesado jugar por amor a la camiseta: “Llegado el momento tuve que elegir entre la fábrica y el fútbol y si los domingos iba a la fábrica no podía jugar. Dejé de jugar, pero siempre he estado cerca de San Martín”.

Así, 17 años después de su debut en primera, con cientos de kilómetros recorridos dentro de una cancha de fútbol, decenas de goles, todas esas paredes con “el Corcho y el Carlos” y un alto porcentaje de las copas que hoy lucen las vitrinas de San Martín de Sierras, don Antonio -el “Perro” Di Buono-, decidió sacarse los botines y colgarlos en algún lugar del “Pozo Serrano”.
Con la camiseta amarilla y negra, en cambio, el amor y la vinculación es de por vida.
 
 

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