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Salud El Covid y la dura lucha por la vida: Daniel en su laberinto

19-03-2025

El Covid y la dura lucha por la vida: Daniel en su laberinto

Pensó que el coronavirus era una cosa de unos pocos días de encierro y estuvo en coma, con respirador, desde el 25 de abril de 2021 hasta el 18 de mayo. “Mi corazón no daba más” recordó.


Nico tenía tal vez 6 años ó 7 en aquel 2021. Iba a segundo grado y sólo sabía que su papá se había ido; no sabía cuándo iba a regresar y lo habían preparado para que no regresara. Aquel día que lo vio entrar por la puerta de su casa en silla de ruedas, reconocible sólo por una conexión mucho más profunda que la visual, le salió sólo una frase: “¡Volviste papá!”.
 

Cuatro años más tarde Daniel García recuerda aquella escena con su hijo y se le empañan los ojos, y se le entrecorta la voz, pero la emoción no lo vence y sigue. Una emoción que conmueve, como en la mayor parte de su relato de aquellos días que hoy sabe que en sueños se sentía atrapado en un laberinto del que no conseguía salir.
 

Fue más de un año después del comienzo de la pandemia en la Argentina, cuando muchos pensaban que lo peor de la pesadilla había desaparecido y otros seguían sin dar crédito de ella. El 18 de abril de 2021 se contagió la enfermedad: “Yo tomaba todas las medidas que recomendaban y realmente no sé dónde me la agarré” expresó.


Supuso que iba a pasar algunos días aislado en su casa hasta que la infección desapareciera de su organismo. Pero el cuadro empeoraba, las ambulancias no daban abasto, entonces -su cuñado primero y amigo para toda la vida siempre- Julio lo llevó al Hospital y en el chequeo los médicos determinaron que padecía una neumonía bilateral.
 

“Julio me dejó en la puerta. Yo sabía que no estaba bien, porque me levantaba para ir al baño y no podía caminar. Nunca hago videollamadas y ese día desde mi habitación llamé a Vero, mi esposa y me despedí”, recordó de aquella noche del 25 de abril.
 

Le dijeron que lo iban a trasladar a UTI. “Yo no sabía que eso era terapia intensiva; pensaba que me iban a llevar a otro lugar dentro del Hospital, mejor de donde estaba” rescató de la memoria que lo traslada a aquel episodio.


“Yo les decía que me sentía bien, lo que no podía era respirar” añadió, ante la mirada siempre presente de su esposa Vero.
 

“Pensé que iba a ser un día, o dos a lo sumo” reconoció. Fueron muchos más: desde el 26 de abril hasta el 18 de mayo estuvo con un respirador mecánico, en un coma inducido y con un cuadro médico gravísimo.
 


Vero, su gran apoyo
 

Cada tres o cuatro frases Daniel repite, como queriendo evitar omisiones, su agradecimiento a los médicos del Hospital, a todo el plantel de la salud, a su familia empezando por Vero, a los amigos, compañeros de trabajo, autoridades de su escuela y vecinos que se pusieron a disposición mientras duró aquello.
 

Vero intervino por primera vez en la charla para agregar que por entonces había una familia de la manzana de su casa con la que no se trataban desde hacía muchísimos años. Cuando se enteraron de lo que estaba sucediendo con Daniel golpearon a la puerta de su casa para decirle que estaban para lo que necesitara.
 

Daniel retomó la conversación para volver a esos días aislado física y mentalmente del mundo exterior: “Soñaba que yo quería salir del lugar, pero no podía salir hasta que un día -crítico seguramente- me dije ‘basta, ya está, de acá no voy a poder salir más’. Pedía ayuda, que me sacaran de ahí, estaban al lado de la puerta y no había forma de sacarme” relató.
 

Mientras Daniel peleaba en su laberinto, su esposa esperaba las llamadas telefónicas de los médicos de terapia intensiva para recibir los partes diarios, sin saber lo que podía decir la voz del otro lado de la línea. “Mi casa se iba transformando en una especie de santuario, en la iglesia San Vicente se hacían cadenas de oración todos los días” recordó Vero.
 

“Cuando desperté el 18 de mayo pensé que estaba más o menos en el 2030. Vi todo blanco y me preguntaba ‘dónde estoy’. Y no había nadie porque yo estaba aislado. Mi primer sentimiento fue de bronca, pensaba que me habían abandonado” reveló.
 

La primera imagen fue rara. Era un médico, que no logró identificar porque tenía toda la ropa para evitar el contagio y escuchó: “Si podés respirar bien te vamos a sacar el tubo”.
 

Vero volvió a ingresar en la charla para mencionar uno de los momentos más dramáticos en la convalecencia de Daniel: “Un día me llamaron para decirme que tenía que pasar por el Hospital para retirar sus cosas. No fui yo, fue mi hermana. Cuando vi entrar a mi hermana en mi casa con esa bolsa roja con su ropa, el calzado, su teléfono celular…”.
 

Una semana más después de despertar siguió Daniel en terapia intensiva. “Yo quería hablar con alguien. El contacto con los médicos siempre fue muy bueno, pero no podían permanecer ahí porque estábamos con COVID. Un día entraron las chicas que hacían limpieza y llegué a ofrecerles todos mis ahorros si me acercaban el celular para poder hablar con Vero” narró.
 

Daniel sentía en esos días otra cosa que nadie supo explicarle: “Era un aroma hermoso, a rosas, que no sabía de dónde venía y que me envolvía. Se lo comenté a las enfermeras y ellas me decían que no sentían nada. Quizás eso era algo que me estaba protegiendo”.
 

Consciente ya, Daniel se percató de que había perdido la movilidad en brazos y piernas. “Les pregunté a las chicas qué me había pasado y las enfermeras me dijeron que cuando llegué me moría, que mi corazón no daba más” marcó.
 

El día que una enfermera al fin tuvo permitido marcar el número de Vero, Daniel le pidió por favor a su esposa que fuera a verlo.
 

Cuando a Vero al fin le dieron vía libre por unos pocos minutos no pudo dar crédito de lo que veían sus ojos: Daniel había perdido 30 kilos; tenía negro debajo de los ojos, como quemado, lastimados el cuero cabelludo, los labios, las piernas.
 

“Lo primero que le pedí fue que me sacara las vendas de las piernas, que me estaban apretando. Y yo no tenía ningunas vendas” contó Daniel.
 

Para Vero empezaba a desvanecerse un temor que sentía en un episodio que la atormentaba dentro del Hospital: “Todo el tiempo estaban entrando y saliendo empleados de Pinos de Paz”.
 

“Yo sólo quería volver a mi casa. No imaginaba el estado en el que iba a salir. No pude caminar durante tres meses, ni manejar, me afectó la vista, no pude reincorporarme ese año a la escuela, me dijeron que iba a tener que usar valvas en las manos. No podía hacer cosas que yo hacía; me tenía que cuidar todo y además la parte psicológica detrás de todo esto” describió de este nuevo comenzar.

 

El regreso a casa
 

El ansiado regreso de Daniel al hogar fue muy duro en lo emocional.
 

“Cuando volví a mi casa fue uno de los momentos más críticos. Entrar y ver a toda la gente: los compañeros de trabajo, vecinos, amigos, la familia. Y mi hijo que me vio y me dijo ‘¡volviste papá!’. Ellos habían preparado al nene pensando que yo no volvía más” narró, en un repaso tan conmovedor para el que habla como para el que escucha.
 

Daniel tuvo que aprender a caminar de nuevo con la ayuda de un kinesiólogo, entre tantas otras cuestiones que debió reeducar en su cuerpo por culpa del COVID. “Los neurólogos me decían ‘lo tuyo no sabemos en qué va a terminar’. Tres veces por semana venía un chico que se llama Federico a casa. No podía ni pararme de la silla” evocó.
 

De a poco se fue recuperando física y mentalmente, al punto que hoy se anima a poner en palabras ese obstáculo que la vida le puso por delante.
 

Y dejó un mensaje para el final, aleccionador, como los de tantos que pelearon contra esta enfermedad y le ganaron: “Dejé de ser perfeccionista; trato de disfrutar el momento, de disfrutar la vida, porque no sabemos cuándo nos vamos a ir. Yo un día estaba bárbaro y pasé a un estado crítico. Cuando entré al Hospital sabía que me iba a morir y los médicos hicieron lo posible para que volviera a estar bien. Hay gente que no pudo salir”.

 

 

 

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