19-03-2025
Hay preocupación porque muchos productores no pueden ingresar a los campos en momentos de parición. Críticas por la falta de infraestructura y resignación ante pérdida de cultivos y forrajes.
“La mitad de mis vacas están pariendo en este momento. No puedo acceder a ellas de ninguna manera”. La voz de Gabriela, una productora de Bolívar, transmite impotencia. Sabe que en este instante, en su campo, decenas de terneros podrían estar naciendo, pero no hay forma de llegar al lugar. La inundación lo cubre todo y la fuerte corriente hace imposible ingresar a caballo. “No voy a arriesgar a nadie a cruzar. Es demasiado peligroso”, dice. La situación es desesperante. Se estima que al menos el 30% del partido, sobre un total de 502.700 hectáreas, está bajo el agua.
El testimonio de Gabriela se repite en otros campos de la región. Los productores contaron la odisea que viven para intentar sostener sus actividades mientras esperan que el agua finalmente baje. Por la velocidad que avanzó el agua, en la región algunos comparan algo así con lo vivido en 1985, hace 40 años.
La productora tiene 1400 vacas, organizadas en dos rodeos de cría: uno con servicio en invierno y otro en verano. “Si el agua sigue subiendo, se va a los terneros”, advierte la productora.
“Tengo solo una persona trabajando, y mi hijo está viajando para ayudar. Pero no hay mucho que podamos hacer”, indica.
La productora perdió casi toda su cosecha. “Tenía 570 hectáreas de girasol aseguradas, pero ahora están bajo el agua”, cuenta. El seguro que contrató solo cubre piedra y viento, pero no inundación. El panorama con el resto de los cultivos no es mejor. “Tengo 133 hectáreas de soja y 140 de maíz que también están prácticamente perdidas”, explica. En el mejor de los casos, tal vez, pueda salvar algo de soja, pero sin certezas.
En Bolívar y Tapalqué, donde se encuentran los campos más afectados, no existen herramientas oficiales para monitorear la crecida en tiempo real. “La Municipalidad debería tener un área de hidráulica donde uno pueda consultar cuándo podré volver a mi campo o sacar la hacienda. Pero no hay nada”, señala.
El nivel del agua sigue subiendo y ahora amenaza el suministro eléctrico. “Si en dos días no se estabiliza, nos quedamos sin luz porque el agua va a llegar a la zona de las llaves del transformador”, advierte. Sin electricidad, también perderá el acceso a Internet que es la única forma de comunicación.
Imagen publicada por la Agencia INTA Olavarría. Areas anegadas en el centro sur de la Provincia de Buenos Aires.
“Pasé inundaciones en las que tardaba ocho horas en llegar a caballo, pero nunca vi algo así”, dice la productora. Su familia está en la zona desde 1968, pero nunca ocurrió algo de esta magnitud. Los bomberos ofrecieron su ayuda, pero el problema es la falta de infraestructura. “Dicen ‘vamos con un bote’, pero no todo es agua. Hay partes de tierra firme donde el bote no sirve. ¿Qué hacemos ahí? ¿Lo cargamos entre siete bomberos para volver a meterlo en el agua?”, se pregunta con frustración.
Cuando la situación mejore, la productora necesitará reconstruir los caminos para poder retomar la actividad. “Quise comprar una niveladora de arrastre para arreglar los caminos y fui al banco a pedir un préstamo. Me ofrecieron uno al 42% anual. Es imposible pagarlo”, lamenta.
Testimonios
Para llegar a su campo, Roberto Carlos Serra debe dejar su camioneta en la casa de un vecino y a caballo abrirse paso a través del agua para llegar a su campo. No hay otra manera. “Tengo el 95% del campo bajo el agua”, señala. En total, son 230 hectáreas sumergidas. Según calcula, en su establecimiento hay zonas donde el agua le llega a una persona entre el tobillo y la rodilla y en otras partes supera la rodilla. “En promedio, tengo entre 40 y 50 centímetros de agua en todo el terreno”, detalla.
Como muchos productores pequeños, diversifica su actividad: una parte de su campo está destinada a la siembra y otra a la ganadería. La soja sembrada está comprometida, el girasol, que debía cosecharse en unas semanas, se perderá. “No va a ser posible porque no hay piso para que entren las máquinas”, comenta.
La actual inundación le recuerda a la de 1985, cuando vivía con sus padres en el campo y el agua cubría todo a 200 metros de su casa. Pero esta vez, dice, la velocidad con la que ingresó el agua lo sorprendió. “Del 85 hasta hoy hubo cuatro o cinco inundaciones, pero ninguna con esta rapidez”, advierte.
El problema no es solo la lluvia que cayó en Bolívar, sino también el agua que llega desde otros partidos que descargan su exceso hídrico en los arroyos de la zona. “Nosotros estamos de paso, entonces cada ciudad va regulando el agua y abriendo compuertas para que siga su curso. Nos llega agua de otros lados, no es solo la que llovió acá”, explica.
Para Serra, el problema de fondo no es solo el clima, sino la falta de infraestructura. “Esto pasa hace 40 años y seguimos sin soluciones. Nadie puede manejar el clima, pero si hubiera obras, se podría enfrentar de otra manera”, sostiene.
El agua lo cubrió todo en el campo de Ignacio Pereyra Iraola. “Tenemos más o menos 900 hectáreas inundadas, es la mitad del campo”, cuenta. No solo están bajo el agua sus cultivos, el girasol, el maíz y el sorgo granífero, sino también la parte ganadera. “Las vacas de cría las llevé a un médano, pero no sé cuánto me va a aguantar. La vaca vieja la vendí, ahora mismo estoy cargando. Los terneros machos los saqué todos”, dice le productor, que tuvo que reducir su stock de hacienda a la mitad.
También perdió todo el forraje. “Teníamos hecho bastante sorgo forrajero, que es muy caro de hacer, y se nos inundó” , remarca. A esto se suma un bolsón con semillas de centeno también bajo el agua.
Más allá del desastre inmediato, el productor advierte que la situación se agrava por la falta de mantenimiento de la infraestructura. “Hace tres años que no hay mantenimiento de caminos ni de canales”, reclama. El agua, aunque comenzó a bajar hace tres días, lo hace de forma muy lenta. “Si no llega a llover en diez días, el agua empieza a irse, pero hay todo un campo que hasta dentro de un mes no va a tener pasto de vuelta”, agrega.
Las pérdidas económicas son inmensas y la recuperación, incierta. “Estamos perdiendo una gran parte de un momento de producción de pasto que después usamos durante todo el año”, señala. Con un panorama complicado, Pereyra Iraola estima que el golpe financiero será difícil de superar: “El desastre económico nos va a llevar dos o tres años para pagarlo, si es que tenés la suerte de después conseguir financiación”.
(La Nación)