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Espectáculos El otro lado de la carpa

30-03-2025

El otro lado de la carpa

La vida dentro del circo contada por cuatro protagonistas que no salen a escena, pero que son esenciales para que cada espectáculo luego brille con luz propia.

 

Para que los equilibristas caminen, se sienten sobre una silla, transiten en un monociclo o anden en bicicleta sobre un fino cable de acero, como desafiando las leyes de la naturaleza…
 

Para que los payasos aparezcan a cada rato con unas ropas diferentes o un cacharro distinto…
 

Para que los bailarines desplieguen esa gracia sublime cada cinco minutos, mudándose de vestuario con una velocidad inverosímil…
 

Para que los trapecistas hagan todo tipo de piruetas más cerca del cielo que nadie…
 

Para que cuatro motociclistas desafíen el tiempo y el espacio dentro del “globo de la muerte”...
 

Para que mientras en una punta los payasos distraen con su gracia, en menos de lo que canta un gallo (disimulados en la oscuridad) cambien la escenografía…
 

Para todo eso y para mucho más el circo necesita de gente que nunca saldrá a escena.

 

Un sueño de la vida
 

Walter tiene 44 años y es la primera persona, después del boletero, en atender al público cuando llega al circo y esto que le está pasando es como haber cumplido el sueño de su vida.
 

“Soy encargado de la puerta principal, recibiendo a la gente, cortando los tickets en los horarios de función y después en el día hago publicidad recorriendo las ciudades en la camioneta, hago trámites, las compras y varias cositas más” señaló.
 

Impecablemente trajeado, inclusive para la nota, indicó que en el Servián es su primer trabajo en un circo: “Tengo un poquito de sangre de circo, porque mi hermano es artista de circo de toda su vida. De pequeño, en casa, él era el que nos pintaba de payaso y salíamos a hacer funciones para los chicos de barrio”.
 

Tucumano, acotó que “siempre me quedó ese sueño de formar parte de la magia del circo. Por cuestiones de la vida tomé otros rumbos y por cuestiones de la vida también me pude incorporar a la empresa hace tres años. Era algo pendiente que tenía y disfruto de todo”.
 

La jefa

Es la jefa de vestuario del circo Servián. Tania Muñoz tiene nombre de tango, pero su vida transcurrió en el circo y su DNI es una síntesis de la vida trashumante que le deparó el destino y que eligió: nació en Brasil, tiene nacionalidad boliviana, trabaja y formó familia en la Argentina.
 

Su madre (acróbata - trapecista - equilibrista) dio a luz dentro de la carpa del circo cuando se encontraba de gira por Brasil.
 

“En mi juventud hacía acrobacia, números aéreos, monociclos, alambres; varias cosas. ¿Miedo? No -exclamó- porque para ser de circo no se puede tener miedo. Si no, no nazcas”.
 

Cada prenda que usan los artistas durante las múltiples entradas que tiene el espectáculo está bajo su supervisión: “Me encargo de que la ropa esté en orden, el camarín esté limpio, estoy pendiente de las necesidades de los artistas y tengo una compañera que se encarga de la costura y es la que me acompaña en ese sentido”.
 

“Me conozco las mañas, números de calzados, talles, medidas, todo de cada uno de los artistas. Quién es el más lento, el más ágil, el más ordenado, el más colgado que hay que estar mirando para que no se ponga algo equivocado” confesó.
 

“Mucha gente no lo entiende, pero ser de circo es lo más maravilloso que hay. Es algo mágico. El circo es nuestra vida, nuestra casa, nuestra familia. Entre todos somos una gran familia, que obviamente tenemos problemas, nos llevamos bien, nos llevamos mal, pero siempre estamos el uno con el otro” valoró Tania.
 

“A la gente que se acopla de afuera le cuesta entendernos. Ellos piensan que nosotros comemos todos juntos, dormimos todos juntos y no es así. Cada quien tiene su familia, su tráiler, su casa rodante y todos tenemos diferentes formas de pensar, pero siempre tratamos de ser unidos”, planteó.
 

“Tenemos una forma de vivir diferente, que es muy apasionante, muy linda, muy divertida. Con sus cosas buenas, sus cosas malas; andamos en el barro, en el cemento, a veces paramos en lugares maravillosos, a veces en lugares terribles. Conocemos lugares que muchos argentinos no conocen y tenemos esa dicha de ir donde queremos ir” rescató.
 

En el Servián vive con su esposo Horacio, capataz del circo y con su pequeña hija de cinco años. Su hijo mayor de 23 es acróbata y trabaja en el Circo Rodas.


“Con mi esposo nos conocimos en el circo, por supuesto. Yo tenía 17 años y no nos separamos más. Lo más lindo que me pasa es trabajar y tener la familia cerca. ¿Lo más feo? Cuando mi hijo se electrocutó haciendo un número en el circo. Eso fue muy terrible, casi lo perdimos. Hemos pasado muchísimas cosas, pero son aprendizajes que nos deja la vida” sostuvo.
 

La historia de Tania empezó dentro de un circo hace 45 años y la “responsable” de ello no se ha alejado de la arena ni mucho menos: “Mi mamá tiene 67 años sigue trabajando en un circo que es de mi hermana, en Cochabamba y ahora hace magia. Ella tiene la casa en la misma ciudad donde está el circo, pero vive en la casa rodante. Va de visita a su casa”.

 

El capataz
 

Horacio Velázquez tiene fijados en su memoria aquellos tiempos en los que los animales exóticos eran las grandes atracciones de los circos cuando llegaban a los pueblos del interior.
 

“Nunca me llevé bien con los chimpancés. Eran bravos. Si por ahí uno los retaba por alguna macana capaz que cuando estaban fuera de la jaula venían de atrás y nos pegaban un cachetazo. Eran muy rencorosos” contó.
 

“Lo de la memoria de los elefantes es así como dicen. Podían haber pasado años cambiando de circos, pero si uno se encontraba con un elefante o una elefanta recordaba perfectamente si los había tratado bien o los había tratado mal” mencionó.
 

Horacio es el esposo de Tania, capataz del circo, encargado de supervisar el traslado, el armado y desarmado de la carpa y que todo lo que tiene que ver con el confort y la seguridad de artistas, trabajadores y espectadores funcione como un mecanismo de relojería suiza.
 

“Tengo 56 años. Cuando era joven hacía acrobacias y todas esas cosas. Ahora me dedico al arme y al desarme” contó.
 

“El grupo humano que uno forma es fundamental para que esto funcione. Acá no hay lugar para la improvisación y si nos dicen ‘el viernes hay que debutar’, uno se mata para armar en cuatro días esta monstruosidad, que es una locura, y que todo quede en condiciones” destacó.
 

“Nosotros somos gente de laburo. Yo vivo para esto, tengo seis o siete personas a mi cargo y hacemos el mantenimiento, la limpieza, verificamos que todo esté en orden para la función” sumó.


“Nos levantamos temprano y estamos todo el día lavando, mirando que la lona esté siempre impecable. Cuando estamos durmiendo y hay tormenta, llueva o truene, salimos para ver cómo está el circo. Por más que no seamos los dueños, esto es nuestra vida en este circo o en el circo que sea” reflexionó Horacio.
 

Nació en San Justo, pero sólo porque el circo estaba de paso por aquella localidad del Gran Buenos Aires. “Soy nacido y criado en el circo. Soy quinta generación circense, soy de una familia tradicional de circo. Mi tatarabuelo venía de un circo que se llamaba ‘Ambos Mundos’. Mi padre toda la vida fue capataz de circo, mi mamá también y nosotros somos 10 hermanos nacidos y criados en el circo” reveló.
 

Con Tania suelen visitar en los días de vacaciones a un hermano trabaja en un circo de Paraguay, a otro que trabaja en Chile, a otro en Brasil y así podría seguir la gira, cuando no están de gira.
 

No hay punto de la Argentina que no haya conocido con el circo y así también muchos lugares del continente, pero uno lo recordó con especial énfasis: “En la década del ’70, cuando trabajaba para el Circo Osvaldo Terry, andábamos por toda Sudamérica”.
 

“Siempre en la ruta, arriba de los camiones, aunque una vez nos tocó hacer una gira por los pueblitos de la selva peruana y fuimos a Iquitos, una ciudad que está en el norte, casi en el límite con Brasil. A ese lugar sólo se puede ir en balsa o en avión, no hay carretera y tuvimos hacer cinco o seis días de balsa llevando la carpa por diferentes ríos hasta desembocar en el Amazonas. Son cosas que parecen de película” relató aún con ojos de asombro.
 

“Qué locura el tipo, como dueño del circo, exponer el capital de toda su vida arriba de una balsa. Pasaba algo y perdía todo en el río. Y si no trabajaba tenía que volverse con las manos vacías, fundido” valoró.

 

 

La ñata contra la carpa
 

Martín empezó a imaginarse dentro de un circo en su 9 de Julio natal. “Yo soy muy fanático de los circos y Servián reúne todas las condiciones que a mí me gustan, que es el circo Soleil. Soy muy fanático del Circo Soleil”.
 

“Cuando era chico mi familia no podía pagarme la entrada. Entonces cuando un circo llegaba a 9 de Julio me quedaba afuera de la carpa y sólo escuchaba la función. Imaginaba todo; todo pasaba por mi cabeza. Me acuerdo que ahorraba la plata del kiosco de la escuela y cuando juntaba lo suficiente compraba una entrada e iba a ver la función solo” rescató de su memoria.
 

Cuando terminó el Bachillerato en Arte y Diseño en 9 de Julio, Martín se fue a estudiar a Buenos Aires la carrera de Producción y Dirección en Radio y Televisión.
 

Tiene en su currículum trabajos en Telefé, Disney, Canal 13. “Me quedaba esta parte del circo. Servián buscaba productores y yo mandé mi material. Fui cuando estaba en Mendoza por un mes y ese mes se transformó en 4 años” relató.
 

“Todos los que trabajamos acá mantenemos esa pasión y para mí cada función es igual, pero totalmente diferente, con nuevos desafíos, diferentes ciudades, diferentes públicos, pero la magia permanece intacta” describió.
 

“El circo genera recuerdos, nos traslada un poco a la niñez y nod hace creer en que lo imposible se hace posible y a mí toda esa magia se me despierta cuando empieza la función o cuando veo en la platea a los niños aplaudiendo o boquiabiertos. Y ese soy yo. Tengo todos esos recuerdos todo el tiempo y eso hace que mi pasión por el circo se alimente cada día y no le dé lugar a la rutina” enfatizó.
 

“Es un trabajo muy difícil, que requiere mucho profesionalismo, mucha atención, pero para mí es un goce pleno y también es un desafío vivir en un circo” añadió Martín.

 

 

“Uno estaba acostumbrado a vivir en un departamento y acá punto uno es vivir sobre ruedas, pero con las máximas comodidades, conociendo las diferentes ciudades, los diferentes climas, los distintos públicos. También lo que pasa cuando al circo le va bien o le va mal y uno tiene que poner la misma energía y la misma pasión así asistan 150 personas a la función o la carpa esté llena con 1800 personas” remarcó.

 

 

 

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