27-04-2025
Con apenas 16 años, y sólo 5 meses en el Cuerpo, Carlos Scala tuvo que jugarse la vida durante las inolvidables tareas de Bomberos en la inundación de 1980.
Carlos Scala era un pibito con sólo cinco meses en el Cuerpo de Bomberos Voluntarios de Olavarría aquella madrugada de fines de abril de 1980 que saltó de la cama y en una cuestión de minutos estaba arriba de un bote salvavidas sacando gente de la bravura del Tapalqué, que ya había extendido sus tentáculos por todas las calles céntricas y de los barrios más cercanos al cauce del arroyo.
Cuatro décadas y media después Carlos, gerente de Bomberos, recuerda aquellos días asistiendo a gente desesperada con el avance del agua, hasta que lo sorprendió una enfermedad que lo mandó a la cama por más de un mes.
“Tenía 16 años cuando me llamaron al Cuartel. Ahí empezó todo. Era muy chico y obedecía lo que decían todos los demás. Llegamos y se desbordada el arroyo por San Martín, cuando el cuartel estaba en San Martín y Alsina” indicó Carlos.
Su primer registro apuntó hacia las afueras de la Ciudad: “Serían las 5 de la mañana y empezaron a entrar las llamadas de evacuaciones. Nos fuimos distribuyendo y a mí me tocó ir para el lado de la estación de servicio Apolo XI, que estaba en la Ruta 226 y Rivadavia.
Teníamos las manos violetas del frío. Fuimos con un bote y cargamos a una familia que tenía el agua hasta el techo. Después anduvimos por todos lados”.
Su participación en la inundación del ‘80 fue muy intensa y por una cuestión de salud tuvo su límite con la bajante. “Cuando bajó el agua estaba incubando una enfermedad, mononucleosis infecciosa y en todo el trabajo que hubo que hacer después de la inundación prácticamente no participé. Estuve en cama 45 días” reveló.
La emoción se la hace indisimulable al recuperar de la memoria el día que su padre, el entrañable doctor Jorge Scala, le dio el alta: “Fue un 2 de junio, me dijeron ‘levantate de la cama’. Era un bombero nuevo, había entrado el 2 de noviembre al Cuartel y cuando fui a tomar el desayuno empecé a sentir como que paraban algunos automotores. Golpearon a la puerta, porque no habían arreglado el timbre y al abrir estaban todos los bomberos en la calle”.
El episodio más dramático lo vivió en Maipú y Colón. “Salimos dos bomberos con una ‘Champion’ a cruzar el arroyo por la Colón con el agua en la cintura y había una señora en una casa a 30 metros de la esquina que no quería salir. Le insistíamos porque la correntada era fuertísima” mencionó.
“Yo pesaría 65 kilos y me tiré para intentar persuadirla. No alcancé a poner los pies en el piso porque la corriente me arrastró hacia la Colón. Suerte que alcancé a tomarme con la punta de dedos de una ventanita. Subimos y rescatamos a la señora” sumó Carlos.
Lejos estuvo de ser el único caso: “Después anduvimos por todos lados rescatando gente, repartiendo comida, ropa seca. Fue una situación muy dramática, muy triste porque hubo gente que perdió todo”.
“En un momento hubo que recurrir a los volquetes de las cementeras porque a las autobombas se las llevaba la corriente. Semejantes bestias cuando pasaban por las casas reventaban los portones, los coches se daban vuelta. Algunos los pisaban” describió.
Identificó al centro de la Ciudad y al barrio Pueblo Nuevo como los sectores más damnificados por la furia del agua. “En la calle España, por la Clínica María Auxiliadora, era un desastre como estaba todo” subrayó.
Si aparece una imagen para pintar lo que era la Ciudad en esos días entre fines de abril y comienzos de mayo, Carlos en primera instancia reconoció que “mientras uno está en esas tareas no se da cuenta de nada”.
“Simplemente va a cumplir con un deber, tratar de sacar a la gente que estaba arriba de los techos y no quería dejar sus casas. Cuando el agua bajó yo estaba enfermo y cuando me asomaba a la ventana de mi casa veía a los vecinos secando la ropa, sacando los muebles a la calle y tenía una tristeza muy difícil de explicar. Olavarría era una ciudad devastada” insistió.
Esas imágenes reaparecen en la memoria colectiva ante cada condición climática en forma de temores.
“Después de la inundación del ‘80 han hecho un buen trabajo en el cauce del arroyo al principio de la democracia, se ha limpiado bastante y parecería que escurre un poco más. Después vino la del ‘85 y no fue tanto, pero a veces no se puede atajar todo y uno se asusta igual porque ya lo vivió. Va a los puentes a mirar si desborda o no desborda” confesó.
“Es una situación difícil, no es para decir ‘no, no va a pasar nada’ como a veces uno mismo dice para tranquilizar, pero se te viene el arroyo y uno no sabe qué hacer” advirtió Carlos.
Los bomberos voluntarios siempre fueron valorados y respetados en Olavarría. Desde la inundación de ’80 quedó un áurea indeleble por siempre, cuyo nacimiento Carlos pudo constatar pocos días después de que el Tapalqué volviera a su paisaje habitual.
“El 9 de julio se hizo un desfile cívico militar por la calle Vicente López y pasamos desfilando los bomberos. Bahh -exclamó Carlos- no puedo explicar lo que era eso. La gente siempre nos quiso mucho pero en esa situación fue algo impresionante” recordó.
“Lo de Bahía Blanca fue otra cosa”
Muchos no han resistido a la tentación de comparar las imágenes que llegaban desde Bahía Blanca en marzo pasado con las fotos que subsisten de la inundación de 1980 en Olavarría.
Para Carlos Scala se trata de dos tragedias de distinta índole: “Una dotación de acá, de Olavarría, fue a colaborar a Bahía. La diferencia aparentemente por lo que dijeron los chicos es que el agua allá se quedó. Acá es como que pasó un aluvión: duró dos o tres y bajó, después del desastre que dejó, por supuesto”.
“Con cuarenta y pico de años de diferencia. Hay sótanos, hay subsuelos. Pobre gente, además venían del desastre de 2023. Uno dice ‘es una ciudad grande. Y pasan las cosas, pasan igual. Se viene y listo ", planteó.